17 de diciembre de 2019.
Después de muchos intentos y aprovechando que nuestra Ro, pasaba unos días en España, conseguimos organizar una comida y juntarnos casi todos los compis del máster de Internet de las Cosas.
Rocío venía desde Chicago y aquel día mientras comíamos, nos contaba lo feliz que estaba desde que entró a trabajar en Pfizer.
Yo no fui capaz de probar bocado mientras nos contaba cómo la habían fichado después de haber resuelto un problema en una de las plantas que nadie conseguía solucionar, mientras trabajaba en una central nuclear en Grecia… era maravilloso ver cómo una persona tan buena, tan sensible y tan maravillosa era además una de las mejores ingenieras del mundo… y en Pfizer se habían dado cuenta.
Pocos meses después, al principio del confinamiento, recibí un WhatsApp suyo: “Su, tengo algo que contarte. Pero tiene que ser videollamada”.
Y así, yo en pijama y ella con esa dulzura que siempre desprende me dijo “Voy a formar parte del grupo de la vacuna. Voy a estar en el área de ingeniería”.
Pero esas no fueron las palabras que recordaré siempre, sino las que dijo justo después “Tengo tanta suerte… voy a poder ayudar a tantas personas”. Le brillaban los ojos.
Ni que decir tiene que a mi me caían lagrimas de la emoción… madre mía, se lo merecía tanto.
Durante todo este tiempo hemos estado viviendo a través de llamadas y WhatsApp lo duro que ha sido, las horas dedicadas y lo maravillosa que es una empresa como Pfizer de la que Rocío sólo habla maravillas.
Ayer me pusieron la primera dosis de la vacuna.
No sé por donde empezar. Me siento tan avergonzada como orgullosa de ser como soy, pero no he podido contener la emoción ni las lágrimas.
Llegué al Hospital Puerta de Hierro con tiempo y, mientras esperaba mi turno, me dediqué, como hago muchas veces, a observar a la gente. Me sorprendía que nadie más allí tuviera los ojos vidriosos, cara de felicidad absoluta y emoción desbordada como yo. Parecían estar en la cola de renovar el dni…
Yo pude contener más o menos la emoción hasta que han dicho “Pfizer” y ha venido a mi cabeza aquella llamada de “Su, estoy en el grupo de fabricación de la vacuna” de mi amiga Rocío.
De repente, un montón de imágenes y recuerdos se agolpaban en mi cabeza.
Fui de las que en abril de 2020 decidí no ver las noticias. No salí a aplaudir, tuve miedo, opté por no salir de casa, desinfectar la compra, llevar siempre mascarilla y hacer caso omiso de lo que se podía o no hacer, dependiendo del día. Apliqué el sentido común, las recomendaciones de mi madre y trabajé como si no hubiera un mañana.
Hoy soy consciente de que todo mereció la pena y allí sentada en la biblioteca del hospital (donde hay que esperar 15 min por si te hace reacción) me di cuenta de todo. Han muerto cientos de personas cada día, países enteros encerrados en casa por miedo a morir, profesionales sanitarios y de otros muchos sectores pasando miedo pero ayudando generosamente a otros.
Os vais a reir pero me sentía como cuando acabas una carrera donde lo has dado todo, donde miras atrás y te dices «jo, lo logré». Y soy consciente de que esto no ha terminado. Yo seré de las que seguirá llevando mascarilla e intentará mantenerse a salvo sin pensar en lo que «permite o no la ley».
Pero ayer supuso un triunfo, un «seguimos aquí», un «lo hemos hecho bien» y sobre todo un «GRACIAS».
GRACIAS a cada una de las personas que como Rocío, han doblado turnos y horas de trabajo para lograrlo, a todos los que como mi amiga Carol, Cristina Feital (SAMUR), la otra Susana García y tantos otros se dejaron la piel en Ifema, en ambulancias o en residencias con una sonrisa cuando vivíamos lo peor de esta tragedia.
A todos los que fueron mis ojos, y aterrados por lo que veían cada día como médicos o voluntarios, me dijeron «Su, quédaros en casa. Esto es terrible».
GRACIAS a todos los que decidimos ser responsables aún viendo que no todo el mundo lo era, a quienes rezábamos en silencio para que los nuestros estuvieran bien, a quienes habiendo perdido a familiares nos daban mensajes de ánimo, a los que aplaudían y a los que no, a los que pasamos miedo, a las madres que dejábamos cada mañana a nuestros hijos en el cole con un nudo en la garganta, a quienes aguantamos las ganas de abrazar a los nuestros porque era lo mejor, a quienes, cuando se pudo, decidimos no viajar, a quienes nos vinimos arriba, ayudamos y nos dejamos ayudar. A quienes no nos permitimos venirnos abajo y sacamos fuerzas para sonreir, a todos los padres (y sobre todo a los míos) que supieron resignarse para mantenerse a salvo y nos dieron una lección…
¿Sabéis algo? Hablamos de la vacuna como si tal cosa. No somos conscientes de que existen enfermedades de las que no hay aún vacuna. Y podía no haberla. Podía haber pasado. Es un milagro y supone el esfuerzo de tanta gente, de tantas empresas, de tantas cosas… Me muero de tristeza cuando escucho que es una vacuna hecha deprisa y corriendo,… he podido ver desde la distancia que hacerla tan rápido ha sido fruto de la aceleración de buroracia, de intensificar las horas de trabajo de científicos, médicos, ingenieros y sobre todo de que fuera prioridad y se unieran todos los esfuerzos. Esta vacuna me parece maravillosa también por ello: supone que muchas empresas, trabajadores, investigadores y personas hayan remado juntos. Y eso es también bonito.
Hoy he llorado tanto al vacunarme que no he podido evitar sentirme ridícula.
Los PAS somos así pero no deja de ser incómodo… gracias también a las auxiliares y a la chica que me decía que no me preocupara, que era normal…y a la que me ha dicho “no te avergüences. Llorar de emoción es muy bonito y saber vivir tan intensamente las alegrías es una suerte”.
Pues si. Tiene razón. No me avergüenza decir que me emociona y que me siento no solo inmensamente feliz sino agradecida, muy agradecida.
Qué bonita la vida.
De verdad. Qué bonita.
PD.- Guardo aquí (dónde mejor que en mi blog) estos mensajes para siempre ❤️.